Lavando la ropa

Una de mis mejores travesuras que papá y mamá suelen contar en forma recurrente, se relaciona con el par de ocasiones que me dediqué a utilizar esa máquina enorme que se usa para lavar la ropa, y que en un derroche de originalidad, denominan "lavarropas".

Resulta que en el departamento anterior, el lavarropas estaba en la cocina y la rejilla de desagote, por donde tenía que salir el agua, se encontraba debajo del mismo, por lo cual, para lavar la ropa tenían que correrlo para luego poder insertar la manguera. El grave error que papá cometió, fue en prender el lavarropas delante mío, apretando todos esos botoncitos que hacían ruiditos muy lindos, y una vez que terminó el proceso (que me asustó un poco al principio por los ruidos y movimientos un poco fuertes) volvíó a colocar el lavarropas a su lugar con la manguera colgando fuera de la rejilla. Para peor, no desenchufó el aparato, así que la verdad, me la dejó servida en bandeja.

Ni bien se fue, procedí a lanzarme arriba del artefacto y a presionar esos botoncitos, no una, ni dos, sino las tres veces necesarias (esto lo remarca siempre papá cuando cuenta la historia) para iniciar el batifondo de la máquina infernal. Resultado: el departamento inundado, la cocina empapada, el agua llegando al living, mojando puff, revistero y papá muy consternado por la situación. A partir de ese momento siempre se acordó de desenchufar el aparato.

Bueno, en realidad casi siempre. Porque otra vez se le olvidó, y como no era lo mismo ir a apretar los botones sin esos pitidos tan bonitos que se producían, ni bien me di cuenta, cuando se fue papá no pude resistir la tentación y evitar volver a poner las patitas y otra vez inundar todo. No hubo tercera vez, porque papá se enojo bastante en esta segunda ocasión, y aunque en un par de oportunidades se olvido otra vez de desenchufar el cable, esas veces me contuve y  me porté muy bien. Sin embargo tengo que confesar, que la primera vez fue sin querer, sin imaginar lo que iba a pasar, pero la segunda, fue un poquito a propósito, porque me había resutlado muy divertido.

Algunos se preguntarán como se me ocurrió eso de inundar todo con agua siendo un gato. Otro día les cuento, pero les adelanto, que como tengo mi personalidad bastante especial, no le tengo miedo al agua, sino todo lo contrario, me gusta bastante. Pero ahora me voy a dormir una siesta, que tanto escribir me termina cansando los músculos de mis garras. Nos vemos.

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